EL ÁNGEL DEL ASESINATO

Ernesto Albán Gómez

Con esta paradójica denominación se refirió el escritor francés Alphonse de Lamartine, en su Historia de los girondinos, a Charlotte Corday (1767-1793), que protagonizó uno de los episodios más dramáticos en los años turbulentos de la Revolución Francesa.

En Caen, ciudad normanda en donde vivía Charlotte, se habían refugiado varios diputados girondinos, que huían de la persecución desatada contra ellos por la facción jacobina. La amistad de algunos de ellos y su pasión por la libertad le llevaron a concebir un plan desesperado que, sabía, le costaría su propia vida. Dejando a un lado a importantes líderes como Danton y Robespierre, personificó el mal en la figura de Jean-Paul Marat (1743-1793), pues él con sus “listas negras” determinaba quienes debían ser condenados. Charlotte decidió quitarle la vida.

Viajó a París y envió una carta a Marat: “Vengo de Caen, su amor por la patria me hace suponer que debe conocer bien los desafortunados acontecimientos de esta parte de la República. Me presentaré en su casa dentro de una hora, tenga la bondad de recibirme”. La puerta de la casa estuvo cerrada, por lo que dejó en la portería una segunda carta: “Le he escrito esta mañana, Marat; ¿ha recibido mi carta… Vengo de Caen, tengo que revelarle los secretos más importantes para el bienestar de la República”.

Volvió esa misma tarde y, convenciendo a la portera, logró entrar. Sigamos la narración de Lamartine: La habitación estaba escasamente iluminada. Marat tomaba un baño. En este descanso, forzado por su cuerpo, no dejaba descansar su alma. Un tablero mal colocado, apoyado sobre la bañera, estaba cubierto con papeles, cartas abiertas y escritos comenzados… Marat, cubierto por un paño sucio y manchado de tinta, no tenía fuera del agua más que la cabeza, los hombros, la cumbre del busto y el brazo derecho. Nada en las características de este hombre iba a ablandarle y a hacer vacilar el golpe. Charlotte evitó detener su mirada sobre él, por miedo a traicionar el horror que provocaba en su alma. Bajando los ojos, las manos pendientes ante la bañera, espera que Marat la interrogue sobre la situación en Normandía. Ella responde brevemente, dando a sus respuestas el sentido y el color susceptibles de halagar al demagogo. Él le pide a continuación los nombres de los diputados refugiados en Caen. Ella se los dicta. Él los escribe, luego, cuando ha terminado de escribir esos nombres: ‘¡Está bien!’ dice con el tono de un hombre seguro de su venganza, ‘¡En menos de ocho días irán todos a la guillotina!’ Ante estas palabras, como si Charlotte hubiera estado esperándolas para convencerse de dar el golpe, toma de su seno un cuchillo y lo hunde hasta el mango con fuerza sobrenatural en el corazón de Marat. Charlotte retira con el mismo movimiento el cuchillo ensangrentado del cuerpo de la víctima, y deja que caiga a sus pies.

Charlotte es inmediatamente descubierta. La multitud intenta ultimarla, pero unos soldados la rescatan y la llevan detenida. En las horas y días siguientes es sometida a prolongados interrogatorios, inclusive del temido fiscal Fourquier-Tinville. Se pretende que denuncie a los conspiradores que le llevaron a cometer el crimen. Ella se mantiene en su declaración: su propósito solo fue salvar a Francia eliminando a Marat. La vida de ella contra la suya. Conducida ante el tribunal revolucionario, mantuvo una vez más la razón de su conducta. Los jurados votaron por unanimidad la pena de muerte. Ella escuchó la sentencia sin palidecer.

Escribe a su padre: “Perdonadme que haya dispuesto de mi existencia sin contar con vuestro permiso. He vengado muchas víctimas inocentes y he evitado muchos desastres”. Escribe también una proclama a los franceses amigos de las leyes y de la paz: “¡Oh Francia! La base de tu reposo es la ejecución de las leyes; no falté a ellas dando muerte a Marat, que estaba fuera de la ley”.

Charlotte Corday murió en la guillotina el 17 de ju- lio de 1793. Se dice que después de ser decapitada, su verdugo tomó la cabeza y le dio dos bofetadas, y que Charlotte volteó a ver al verdugo con cara enojada.

La escena del asesinato ha sido recogida por varios artistas: David, Baudry, Weerts y hasta Munch y Picasso se han ocupado del tema

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